Ante los altercados del pasado domingo en Madrid donde murió un
seguidor del Deportivo de la Coruña solo cabe un mensaje: Fascismo y
antifascismo no son lo mismo
Qué difícil resulta obviar a los medios de comunicación. Sus versiones de los hechos, amparadas siempre por
la presunción de veracidad de la
policía, hacen que sus argumentos sean casi incuestionables. Cuando era
pequeño, recuerdo que muchos mayores me decían eso de “no te creas nada”,
“cuestiónalo todo”. Con ese lema crecí y creo que me va bastante bien.
Sin embargo, con el paso de los años parece que los medios de comunicación se
han encumbrado en el monte de la verdad. La gente no desconfía de la
televisión, no se cuestiona lo que escucha ni lo que ve. Si lo dice la tele,
es verdad.
Esta semana,
reconozco que he estado a punto de picar. La versión policial de los hechos
acaecidos el pasado fin de semana junto al estadio Vicente Calderón,
repetida una y otra vez en todos los medios de comunicación, me hizo creer que
dos bandas de sabuesos habían quedado para partirse las cabezas. Así sin más.
Pero por un lado no quería creerlo. ¿De verdad había gente tan vacía como para
organizar una quedada masiva donde jugar a ver quién es más matón? Tras
varios días creyendo la versión oficial, no pude más que ponerme a investigar
en el tema. Y por suerte di con un artículo de Diagonal que
había sido publicado previamente en La Directa. Dos medios alternativos
y que sin ellos el mundo del periodismo estaría mucho más muerto.
Los periodistas
que firmaban el texto no habían hecho nada fuera de lugar. Solo se habían
dedicado a corroborar las informaciones de la policía entrevistando a
varios testigos de la trifulca que acabó con la vida de Jimmy, el seguidor de
los Riazor Blues que murió a manos de los ultras del Frente Atlético. Y
se percataron de que la versión de la policía, que cuenta con un plus de
veracidad a la hora de un juicio, no correspondía con lo que decían los
testigos. Parece ser que los Riazor Blues ni viajaban con hierros ni habían
quedado con los ultras del Frente Atlético para partirse la cabeza. Solo habían
sido víctimas de una emboscada.
Pero, ¿cómo
descubren esto los periodistas? Muy sencillo, hablando con el conductor del
autobús que les llevó a Madrid, que indicó que en su vehículo no había
palos ni nada que pudiera prever una pelea. O recogiendo las palabras de
un policía coruñés que aseguró que sí habían alertado a la Delegación de
Gobierno de Madrid. También hablaron con un seguidor del Deportivo que había
estado inmerso en la pelea y que indicaba que todo había sido una encerrona,
que fueron a un bar a desayunar tras llegar al Vicente Calderón y que estando
allí irrumpieron más de 200 fascistas del Frente Atlético con ganas de sangre.
Ni quedada vía Whatsapp ni calentamiento previo en las redes sociales. Es más, según explica Diagonal, los detalles que se
han facilitado de las primeras investigaciones de la policía y los jueces
afirman que “no existían elementos objetivos que permitieran prever
acontecimientos como los que se produjeron ni elementos indicativos de riesgo
en las redes sociales”. Esas acusaciones han desaparecido hasta del
atestado policial pero, entonces, ¿por qué los medios siguen insistiendo en
ello?
Pues no me
queda otra opción que pensar como bien indicaba ayer en un duro artículo el columnista
Shangay Lily en que todo se debe a una “obstinada
campaña de montajes y mentiras policiales para acosar a los antifascistas,
que se ven obligados a defender sus barrios de la ofensiva fascista, nazi,
neofranquista que tantos lazos tiene con la policía”. Pues sí. Estoy de
acuerdo. Los Riazor Blues son un grupo antifascista, que en vez de
levantar el brazo y dar odas a Hitler en los partidos de fútbol, se dedican a
luchar contra el racismo, la xenofobia, la desigualdad y la homofobia. Pero
desde hace unos años, los medios de comunicación y el Gobierno parecen
obstinados en meterlos a todos en el mismo saco. Y no. Me niego a
aceptarlo. No son iguales.
El caso de Alfon
El último caso similar fue el de Alfon, el
joven de los Bukaneros. Y abro paréntesis, en un afán desmedido por
criminalizar a este grupo antifascista de Vallecas por parte de la Policía y la
Delegación de Gobierno, se les acusó también de participar en la reyerta del
pasado domingo, cuando el propio grupo lo ha desmentido hasta en tres ocasiones y
nadie ha presentado prueba alguna de su participación. Volviendo al caso
de Alfon, recordarán que fue detenido en la huelga general del 14
de noviembre de 2012 y acusado por la Policía de llevar armamentos
explosivos. Pues bien, una vez más la presunción de veracidad policial primó
más que la presunción de inocencia (aunque este derecho esté por encima del
primero) y Alfon, sin pruebas, acabó encerrado durante 56 días bajo el
régimen FIES 5, el más duro del sistema penal español, aplicado a
terroristas y narcotraficantes.
Durante ese
tiempo, y los dos años que han pasado hasta que se ha celebrado el juicio,
Alfon ha sido acusado de terrorista y de violento antisistema por los medios
de comunicación. Ha vivido todo un calvario junto a su familia. Amenazas,
injurias, atropellos a la dignidad. Da igual, los medios de comunicación, que
ante todo confían en la veracidad policial y en la palabra de la delegada de
gobierno Cristina Cifuentes, principal acusadora de Alfon, no necesitan más
pruebas para condenar a alguien. Hace una semana, el 25 de noviembre, se celebró por fin el juicio que
evidenció la clara persecución policial. Eso sí, unos días después de la
fecha prevista, pues el día 18 se aplazó por incomparecencia de los policías
que acusaban a Alfon ya que, alegaron, estaban de vacaciones.
El juicio dejó en evidencia lo endeble de las estrategias
criminalizadoras contra la protesta que la Policía y este Gobierno pretenden convertir en norma con la venidera
Ley Mordaza. Pues ni había pruebas, ni estaban los explosivos ni
la bolsa donde supuestamente estaban tenía huella alguna de Alfon. Eso sí,
todos los policías dicen que Alfon llevaba la mochila… ¿Cómo? ¿Con la mente? Y
ahí llega el gran argumento del fiscal: “No se puede dudar de la
imparcialidad de la Policía”. JA. Perdonden que me ría. Esta Policía
imparcial ha hostigado, perseguido y ridiculizado a Alfon, a su ex novia y a su
madre por las calles de Vallecas desde el día que salió a la calle y decidió
sacar a la luz todo lo que le había ocurrido. Dos años de seguimiento a Alfon,
fuera donde fuera, y que en el juicio quedaron al descubierto sin que ningún
policía pudiera afirmar por qué seguían al joven vallecano si no había cometido
delito alguno. “Pregunten al secretario de Estado”, se limitaron a
responder.
El caso es que
el fiscal intentó tejer conjeturas y suposiciones, calificando a Alfon como un
peligroso criminal simplemente por ser antifascista. Sin prueba alguna que le
ligue con los supuestos explosivos que supuestamente encontraron con él el día
de la huelga general. Probablemente saldrá absuelto. Pero seguro que ese
día ningún medio de comunicación se hace eco de la persecución incriminatoria y
psicópata a la que ha sometido a Alfon durante todo este tiempo por el mero
hecho de ser antifascista.
He aquí la
conclusión de este artículo. En Madrid y en otros puntos de España está
creciendo la ofensiva fascista y neonazi –en muchos casos con connivencia
policial y no me gustaría creer que en connivencia gubernamental, pero en
muchas ocasiones es lo que parece- que machaca especialmente los barrios
obreros. Vallecas y Carabanchel son dos claros ejemplos. Sin embargo,
cada vez que se produce un altercado o muere alguien como Jimmy o
Carlos Palomino hace unos años, el gobierno, la policía y la fiscalía se
enrocan en decir una y otra vez que son peleas de bandas, vaciando de
contenido político toda agresión. Pues no es cierto. En un momento donde la
democracia está totalmente cuestionada y donde los totalitarismos amenazan con
volver a resurgir, todo demócrata que se precie debe declararse ferviente
antifascista. Porque no hay nada más peligroso que meter a todos en el
mismo saco, llegando incluso a justificar la muerte de Jimmy como ha hecho
Delegación de Gobierno esta semana acusando a la víctima de ser un delincuente
(algo que, por cierto, no se ha demostrado). Ante el fascismo solo cabe la
condena tajante y la lucha continua para erradicarlo.
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